El campo da alergia al urbanita, mientras que la ciudad le da alegrías. Hay mucho que mirar en el espacio que hay entre la ciudad y el campo.
¿Cuánto tiempo hace que el campo no es campo? Los maquiavélicos urbanitas – primero como domingueros y luego como desesperados compradores de viviendas-gangas – han transformado el extrarradio de las urbes – de las que dicen huir – en pequeñas farsas de microciudades en las que las incomodidades de la vida campestre son sólo folklore. Ya sea jugando con fuego con una barbacoa comprada en el carrefur o poniendo a prueba los límites de la lógica en abastecimiento de agua, el campo ha dejado de ser el «duro campo» para ser un espacio indeterminado que ni tiene lo bueno de la ciudad ni lo malo del campo de toda la vida. Como decía aquél: «Nada con exceso. Rema con mesura», pero de sobrados está el mundo lleno y el «porque yo lo valgo» es algo más que un slogan para modelos de bella pelambrera.
Aahh… la tranquilidad del campo… esa tranquilidad que tanto molesta. No hay hada que hacer: no hay videoclub, la conexión de internet es de 128 kbps y la TDT no llega hasta aquí. Tampoco es cuestión de copular como monos todo el día – que es lo que se suele hacer ante el aburrimiento – porque luego salen niños y hay que bajarlos a la ciudad a que estudien en colegio privado. Así que de follar, ni hablamos (como siempre) y de ir a la era menos, porque ahora es una urbanización con piscina.
El campo de los mosquitos, los tábanos, las heridas en las rodillas y los chaparrones que te pillan en medio de la nada sólo es para los aventureros del siglo XXI que con sus botas de goretexÃ?®, sus forros polares, sus camisetas con las que no se suda, sus bastones de aluminio ultraligero, sus gafas de mosca y su mezcla especial de aután y protección solar factor 30 se enfrentan los fines de semana a la naturaleza en estado puro del campo. Senderos señalados de dificultad técnica extra por los que se ven cosas que nunca creerías. Poblaciones genuínas «de las que ya no quedan» con una refrescante máquina de Coca-ColaÃ?® en la Calle Mayor. Asadores de piedra para hacer parrillada en pleno parque natural y disfrutar de la comida churruscada al natural. En defintiva, el campo políticamente correcto e inofensivo para el aventurero amante del campo, del todoterreno y del quad, ese gran invento para los asilvestrados.
El campo ya no es para el que lo trabaja. El campo es para el que pasa frío, se moja, se ensucia las manos y le pican los mosquitos. Puertas no le habremos puesto y quizá por eso se nos ha llenado de urbanitas campeadores.
Banda Sonora recomendada:
- La llorona x La Polla Records – Hoy es el Futuro (1993).
http://www.seriezeta.com/k/recursos/musique/lapolla.llorona.mp3
El campo ahora no deja de ser una extensión parca, chapucera y hortera de las ciudades. Lo que falta ahora es invertir el proceso y hacer barbecho en los jardines, quemar rastrojos en pleno Espolón y tirar a la Mari al pilón. Para que aprendamos un poco.
P. S.: alguno, al llegar al campo, se extraña de que tenga moscas y que en algún lugar recóndito de Castilla huela a choto. Cosas tiene la vida…
Muy buena entrada.
Ahora se hace dificil recordar el momento que para los urbanitas provincianos como nosotros, el ir de campo sufrió una metamorfosis conceptual.
Hace 25 años, el ir de campo era cojer el coche familiar con el muñeco del perrito dando mochadas en la luneta trasera, una mesa de campo, con sillas de campo ( reclinable para la abuela, baquetillas plegables para los niños , y sillas con estampados de floripondios para padres y tios) para juntar un circulo de piedras y asar unas chuletillas de la tierra en aquellas parrillas de acero clásicas, acompañando el festín de varidas tortillas.
La cultura de la parrilla tradicional, parillas que se comparaban con las de los cuñados y hermanos. Y donde la parrilla más grande se llevaba ovaciones y salvas con cada vueltecita.
Los niños, intentabamos no mirar la hogera para no mearnos en la cama, cojiamos grillos, renacuajos y lagartijas. Y nos metiamos al rio con nuestras sandalias de rio, con aquellas hebillas demoníacas que hacian heridas y que cuando las sandalias tenian solera, dejaban una marca de oxido en el pie.
Esa era la cultura de los provincianos al irnos de campo. La cultura de la parilla que no incendiaba montes.
Ahora se estila lo que comentaba K. Barbacoismos carrefourcienses, y la legion de «gente sana» que se dedican a planear rutas imposibles por senderos casi desconocidos. Más preparados para estos menesteres que Oiarzabal subiendo un 8k.
Aunque la troop del decathlon invada los caminos, al menos guardan la buena costumbre de saludar al desconocido cuando se lo cruzan. Puede que seas su vecino y no te de ni los buenos dias en el ascensor, pero si lo encuentras ataviado con su forro polar kechua por un camino, te saludará casi seguro.
Las barbacoas, objeto engrendrado por Lucifer, nos trajeron el ocaso de nuestra cultura de ir de campo que ni el hundimiento de la atlántida.
Cuando a unos señores, de los madriles, gente la de Madrid a la que deberian dar visados restringidos antes de pisar algo que no este pavimentado, se les ocurrio incendiar media guadalajara con carbón vegetal. Las consecuencias todos las conocen.
Ahora ya se acabó. Esta prohibido el dominguerismo clasico que nos enseñaron nuestros ancestros y que tanto se integraba en la naturaleza. Ya solo nos queda «campear con urbanidad», pero sin chuletas.
Parece que estamos de acuerdo en lo del campo, andar y tal.
Algunos parrafos de tu post me han recordado a un celtíbero de colmillo retorcido ;-)
P.S. Anoto lo del «campo políticamente correcto» y lo de los «urbanitas campeadores».
La sandalia cangrejera… Confirmo lo de la hebilla.
Hace unos años volvieron. En plan sofisticado. Hasta con plataforma.
Concentración parcelaria >> Caminos de concentración >> Quads
Por suerte, muchos aún hemos podido (y podemos) disfrutar del campo, de ese campo rural que da acceso a los montes y montañas que el celtíbero, que ronda en esencia por estos comentarios, bien disfruta.
El campo es cutre y es sucio. Todo el mundo debería bañarse una vez en la vida en un río y si es de montaña a 10ú, aún mejor. Pillarse una insolación o caerse a unas zarzas son accidentes sublimes si los comparamos con los tristes accidentes que suceden en la ciudad.
Este verano, asilvéstrense.
@Sr.K
Benditos accidentes campestres.
¿Qué niño de los que hoy pueblan los parques de la ciudad tendrá nociones de cómo recuperar un balón caido entre ortigas y salir ileso?
Creo que seria más facil ver al niño ortigado llorando, y sus padres «jasp» ultraproteccionistas interponer una demanda a la diputación, al seprona y al ayutamiento por maltrato de menores.
Que ya se sabe que hoy en dia el «mimar» es la compensación que tienen los crios por ver a sus padres menos tiempo que a sus puericultoras.
Tábanos, beber en una fuente rodeado de avispas porque no queda otra, saber que el remover una piedra puede destapar una víbora, que los rios tienen pozas y sanguijuelas, cómo quitarse una garrapata…
Las medusas de las playas parecen peluches al lado de los peligros del campo.
me acabas de hacer recordar….
cuando yo tenía unos 14 años,mis papás me llevaron de camping a un lugar precioso….
cuando llegabas,ponías unas piedras para delimitar tu zona y te bañabas en el río….
todo era bastante natural (perfecto habría sido nudista) .
la cuestión es que fuimos para dos días y nos quedamos una semana….
y tanto nos gustó, que decidimos volver al verano siguiente….
pero cuál fue nuestra sorpresa !
cuando llegamos , habían puesto una taquilla con barrera para cobrar la estancia y no solo eso….
desviaron el cauce del río para poner una piscina !!!!!
al ver semejante destrozo,ni cortos ni perezosos,nos dimos la vuelta y nunca más……
pena,penita,pena
pd:muy buena tu entrada