Chirriando, que es gerundio

Todo tiene un sentido y pocas cosas pasan porque sí. Siempre hay algo debajo. Siempre hay algo que chirría. Siempre hay personas y situaciones que chirrían.

Y es que ocurre de repente, hablando con alguien, por ejemplo. La conversación puede ser interesante o banal. Puede que se conozca a la persona desde hace 5 minutos o desde hace 5 lustros. De repente, uno de los dos interlocutores empieza a oirlo: criiik… criiik… En estos casos hay que intentar no alarmarse y hacer como que no se oye nada. Nuestro cerebro de lagarto-cazador-recolector se encarga de mantenernos alerta ante la situación de peligro. Peligro de parecer un loco-a ante el interlocutor que chirría.

La percepción se agudiza en un sueño pseudolisérgico. áCuántos poros! (y qué negros los jodíos)… ¿Tiene un ojo más arriba que otro?… ¿Eso es una cana? Vaya, se le empieza a ver el cartón… Mmmh, vaya morros. Eso de las comisuras parecen granos o algo… ¿y esas orejas?… «Mis manos… son tan grandes… Pueden tocarlo todo… menos a ellas mismas»

Realmente, el chirrido es la manifestación sonora de ese cambio de percepción de la realidad. El interlocutor chirrante, y a veces irritante, se transforma en una holografía para el otro. La persona que chirría desaparece de repente de esencia, que no de forma. Es un cadáver de si mismo que no ha dejado de hablar ni de hacer gestos. Un cántaro hueco que hace vibrar el aire que entra en él. Criiik… criiik…

Chirridos infantiles

Hay estudios presuntamente exaustivos y no concluyentes que casi demuestran que el irritante sonido suele surgir en el sujeto-a al advertir determinados gestos o vivir determinadas situaciones consideradas por los expertos como excesivamente normales. El cerebro reacciona diciendo «áEO! no hay estímulos, ésto me lo sé de memoria ¿me he muerto y no lo sé? Bueno, no creo. Soy el cerebro, me habría dado cuenta«. Entonces, como cuando te metes los dedos en los ojos y ves estrellitas, nuestro blandito amigo de sustancias blancas y grises genera una percepción, que, en este caso, suena a chirrido. Eso sí, no hay que confundirlo con el pitar de oídos típico generado cuando alguien se acuerda de nosotros o de nuestras santas familias.

En base a estos estudios, han surgido terapias para reprimir el chirrido. La más conocida en nuestro país es la repetición hasta la saciedad de los capítulos de los Simpson o las noticias cíclicas como «áNieva!», «áHace Calor!», «áLas Rebajas!» o «áNiña con dos cabezas!» (áGracias, Antena 3!). Este tratamiento acostumbra al cerebro a no esperar más de la realidad que lo que hay. Abotargamiento de mente catódico dijeron en la tele que se llamaba. Por otro lado, también hay corrientes filosóficas que ante la chirriante situación defienden el exterminio total de los dos tercios de la población del primer mundo y cuarto y mitad del segundo y tercero para la solucionar éste y muchísimos más problemas de nuestra decadente sociedad.

Banda Sonora recomendada:

El día desaparecido

Los principios y finales se tocan. Siempre ha sido así. Pero, hay un final y principio que ya no es que se toquen, es que se soban de una manera tan lasciva que da hasta reparo vivir su tránsito. Este obsceno fininicio sucede cuando la terminal nochevieja se roza con el joven día de año nuevo.

Mire usted que no hay días y épocas mejores para irse de jergón, perdón… juergón. En lo más duro del duro invierno, con los estómagos rezumando y deleitándose en repetir lo comido por lo bebido, con las bebidas más caras (que no mejores) de todo el año y todos (hasta los más incapaces sociales) con la esperanza de pillar. Es de suponer que el sensual roce de los extremos caliente el ambiente de fin de año y que por ello todos los casados desean a los solteros «que disfrutes lo que te dejen» con el mismo orgullo del padre que manda a su hijo a hacer la carrera que él nunca pudo estudiar.

Todo el mundo hierve en nochevieja. Algunos hierven hasta cocerse, a otros les hierve la sangre por la suerte que tiene la abuela y la gran mayoría se quedan con una erección a medio hervir. Pero la masa hirviente, cuando se enfría, se divide en dos: los que se pierden los saltos de esquí y los (más bien las) que hacen del primer día del año un derroche de energía y generosidad.

Esta energética parte de la población mundial occidental empieza a desarrollar sus buenas intenciones para el nuevo año con sus inmediatos congéneres, que suelen ser sus hijos. Hijos que llegan dos o tres horas después de que la alentada madre se haya levantado para empezar a hacer la tradicional comida de año nuevo. Madres que les reciben con una sonrisa que parece una mueca. Hijos que dan siempre la misma nueva: que no se levantarán a comer. Madres que sienten la puñalada en las costillas. Tu quoque, Brute, fili mi?.

Desaparecidos momentos en imagen

Hijos y madres contribuyen sin remedio a que el 1 de enero siempre sea un día en blanco. Es un día que desaparece y se va de nuestras vidas. Casi ni existe. Llega a ser un mero punto de referencia, sin duración ni eventos destacables. Si eres madre (o tienes el instinto maternal superdesarrollado), al acabar el día ves que otra vez va a ser imposible conseguir tus propósitos de enmienda. El día de año nuevo no ha servido de nada. Si eres hijo (o tienes el síndrome de Peter Pan), te abstraes voluntariamente de la existencia del día que se roza con la nochevieja. Morfeo te ofrece sólo una pastilla.

Todos los años empiezan en 2, pero nunca empiezan en enero y en ocasiones ni duran un año. Los ciclos no son estáticos y las madres aguantan lo que se les eche. Perder el tiempo es no oir que el arbol se cae en medio del bosque.

Banda Sonora recomendada:

«New year’s day» x U2 – War.

Pájaros en el cabezo

Debajo de la sociedad de hormigón existe una ciudad de pájaros. Sí, y hay todo tipo de ellos.

Van y vienen. A veces, abunda más un tipo y, en otras temporadas, de otro. Son todo un mundo en sí mismos. Unos andan, otros saltan y otros corren (como si fuesen Pedro Picapiedra). Y hablando de patas y ánades, creo que todos nos hemos encontrado alguna vez con una paloma con muñones en lugar de patas, que pese a su minusvalía, es tan agresiva como sus compañeras. Las palomas son luchadoras natas. Demostrado: no hay Dios que las mate.

Lo jodido es que los pájaros siempre dan cierto reparo. Son una extraña mutación de dinosaurio con plumas que no da signos claros de saber lo que quiere. No son como un gato, un perro o una novia. Bueno, una novia tampoco sabe lo que quiere, ni aunque vaya de blanco. Pero ese es otro tema.

Pajaricos de mal agüerico

Cantan y esas cosas, no siempre de una forma agradable, pero su mirada es desconcertante. No es tan sincera como la de un gato o un perro o tan vacía como la de una vaca. Y ni hablemos del tipo de mirada de la novia al decir «tú sabrás…» Nunca podremos descubrir cual es su verdadera intención en la tierra…
Hichtcock lo sabía; no te puedes fiar de los pájaros y de las rubias menos. Como dice el refrán: cría cuervos y tendrás muchos.

Por cierto, ¿qué rancio abolengo ha de tener un pájaro para que se le llame ave o que afrenta ha de cometer un ave para ser considerada un vulgar pájaro?¿alguien sabe cómo quitar las manchas de caca de paloma?

Sensación

Busca esa sensación. La de verte un domingo, preferiblemente en invierno, a las cuatro de la tarde andando por las calles anchas y céntricas de una ciudad. Estás y quizá otra persona más en la lejanía o en alguna calle paralela. En los diez minutos que llevas andando a pie, sólo has visto un par de coches. A lo sumo, algún autobús urbano sin pasajeros.

Hay silencio.

Silencio de ciudad, silencio de rumor lejano.

Oyes perfectamente los sonidos que provoca tu marcha. Paso a paso. Clap, clap.

Sensaciones urbanas muy humanas

Ahora, busca el momento. Es ese breve periodo de tiempo en el que percibes sólo espacio. Es el instante que sobrecoge, porque tienes la sensación de que no hay nadie detrás de los muros y ventanas de los edificios que te rodean. Los coches aparcados podrían llevar allí desde hace mucho tiempo. La acera podría llevar años sin ser limpiada, pero ha llovido y la lluvia invernal la ha lavado y ha limpado los coches. Les ha quitado el tiempo de encima.

Sabes que durante ese lapso de tiempo no vas tener ninguna referencia a la existencia de más humanos que el sonido de tus propios pasos. No se oyen ni pájaros. Los edificios, los coches, los árboles, la acera ahora son huellas. Son lo que queda del arquitecto, del ingeniero, del jardinero, del albañil y también de los que alguna vez llenaron la calle con su olor, sus sonidos o sus voces.

Siente, en definitiva, el aturdimiento de ser durante un instante la única persona viva en el mundo. Siéntete protagonista de una película apocalíptica de los 70. Contempla el hermoso cadáver, recién aseado por la lluvia, de una civilización que vivió y que se extinguió sin darse cuenta de que había desaparecido. Sin darse cuenta de que había existido alguna vez.

Elvis lo decía, James Dean lo corroboraba y muchos cantantes lo cantaban: muere joven, deja un bonito cadáver.

Moviendo Muebles

Lo interesante de un vulgar viaje lejos de los lugares comunes es que se convierta en un movimiento de los muebles de la cabeza. Subirse al armario de los prejuicios y del miedo a la gente y tirarse desde arriba. Abrir nuevos huecos entre el mueble de los complejos y la vitrina de los pequeños éxitos. Redecorar, en definitiva, nuestra linda cabecita.

Aprovechando lo manirrotos que nos volvemos al viajar, se puede hasta adquirir algún mueble nuevo. Tampoco es cuestión de renovar completamente el mobiliario y tirar los muebles viejos aprovechando que no estás en tu lugar común. Dejarle a otro el marrón de recogerlos alivia, pero luego se corre el peligro de que te los devuelva pintados de rojo rencor, color que combina muy mal con una cabeza bien amueblada.

El truco del almendruco está en saberse organizar los muebles y tener un poco de síndrome de diógenes; cuantos más muebles mejor y si hay que poner sillas encima de armarios y el sofá al revés para hacer hueco no pasará nada. Mientras sigamos recordando para qué sirven las sillas y porqué nos gusta tanto el sofá no perderemos la cabeza. Además, nunca se sabe cuando te van a hacer falta. Tirarlos sin estar seguro suele causar arrepentimiento.

Movimientos estratégicos ajedrezados

Hablar de muebles es más interesante que hablar de cortinas. Que alguien te enseñe cómo tiene su cabeza amueblada es aún más atrayente. Es soprendente descubrir que la gente no ha amueblado igual que uno mismo. Es la fascinación infantil de lo diferente: de pequeño, crees que todo el mundo utiliza el mismo abrelatas que tú o que beben la misma marca de leche o que su casa huele igual que la tuya…

Pero, a veces esa suposición infantiloide se hace realidad y encuentras a alguien que tiene su cabeza amueblada con muebles parecidos a los tuyos y casi con la misma distribución. A veces, es como para quedarse a vivir en cabeza ajena. A veces, hay quien no sabe diferenciar entre los muebles propios y los ajenos. A veces, bastantes veces, hay quien se olvida de su cabeza y tira sus muebles para ser inquilino en cabeza ajena. Y ya se sabe, ser inquilino es estar a expensas de la voluntad del arrendador y además es tirar el dinero. Va ser por eso que la gente compra en lugar de alquilar.

¿Alguien sabe dónde venden cabezas amuebladas?

Lo pendiente

Lo pendiente no es lo mismo que la pendiente. Lo pendiente está inconcluso y estar permanentemente pendiente de lo pendiente es no terminar nunca.

Los pendientes de sentencia son carne de dependencias penitenciarias. Algunos de ellos, en algunos lejanos lugares, tienden a pender del cuello por ser unos pendencieros irremisibles.

Luego están los pendientes de mujer (no confundir con los que están pendientes de las mujeres), que desde hace un tiempo se llaman piercings y ya no son de mujer. Y aunque todos tenemos repleta nuestra bandeja de pendientes no los podemos pender de nuestros lóbulos porque son temas y los temas que penden no se suelen solucionar solos. Sólo no puedes, con amigos sí, como decía el filósofo.

En la construcción, siempre están pendientes de una cadena

Si algo pende, es que cuelga. Pero, un puente pendiente es más una deuda con los votantes que un puente colgante. De pender, mejor de una soga (que es más recia) que de un hilo, aunque esta elección no suele depender de uno mismo, sino de sus circunstancias. El problema está en que un 80% de los pendientes de un hilo han solucionado su situación frente al 0% que ha conseguido zafarse de la soga.

De pender, también los pendones, que bien, o son enseñas o no son ejemplo para enseñar a nadie. En ocasiones, veo niños que no están pendientes en sus lecciones y dejan pendientes para septiembre. Pasan a depender entonces de las clases particulares de diligentes universitarias de las que están particularmente pendientes todos los padres. Y es que depender de alguien es bueno si ese alguien está pendiente de tí. Crear dependencia es estupefaciente y quedarse colgado no es pender en el aire, que se lo digan a mi ordenador.

Lo más IN de lo pendiente es la independencia y lo más demodé del momento es ser dependiente de una tienda de discos. En un gran almacén nadie depende del dependiente para poder comprar, pero depende del corriente líquido de su cuenta para no acabar en dependencias policiales.

Si las cosas pendientes fuesen sencillas de comprender y siguiesen un movimiento armónico simple, estaríamos hablando de física y no estaríamos tan pendientes de lo pendiente y no diríamos tantas chorradas.

Banda Sonora recomendada:

Permanentemente Pendiente – Mamá Ladilla. ‘Analfabada’ (2002)

Depende – Siniestro Total. ‘Policlínico Miserable’ (1995)

Banda Sonora NO recomendada:

Depende – Jarabe de Falo, perdón… Palo. ‘Depende’ (1999)