Gente vieja.
Nuevos tiempos
que nunca pensamos que fueran así.
Banda Sonora Recomendada:
New Year’s Day x U2 – 1982
Del lado sano de mi cabeza
Ensayos de relatos y literatura insignificante de Sr.K
Gente vieja.
Nuevos tiempos
que nunca pensamos que fueran así.
Banda Sonora Recomendada:
New Year’s Day x U2 – 1982
Ocaso naranja y azul de farolas a medio encender. El centro de la ciudad es de piedras y monumentales edificios. Está en calma. Casi en silencio. Las pocas personas que avanzan sobre el empedrado son silenciosas y solitarias.
El frío tensa la piel de la cara, encoge los hombros y mete las manos en los bolsillos. Los ojos miran a los lados sin mover el cuello. Todo el mundo parece que mira con desconfianza.
Luna de noviembre a las siete de la tarde conservada a dos grados. Asomada sobre las antenas de los edificios con un cielo a su espalda que ya está dejando de ser azul marino. Asombrosa claridad y agudeza a pesar de ser de noche gracias al frío que ha limpiado la atmósfera de brumas y a las luces de ciudad que brillan por todas partes.
Antes de que llegue el invierno son buenas tardes de domingo para pasear sin pausa al calor de abrigos, bufandas y guantes.
Banda Sonora recomendada:
«Es lo que hay» x Super Skunk – «Planeta Azul» (1998).
Dedicado a los del grupo de facebook «El Frío de Burgos«
¿Qué diría su diario a la adolescente si lo hubiese abandonado durante un día? Seguro-seguro que la llave del candado no se abriría a la primera y la adolescente se pondría ansiosa. Después, no encontraría la última página escrita. Pasaría páginas hacia adelante y atrás con los ojos desorbitados mustiando «pero, pero…». El diario vibraría de regocijo sin que la adolescente lo advirtiese cuando comenzase su siguiente truco; mostrar sólo sus páginas en blanco. Entre asustada y cabreada, la adolescente arrojaría el diario a la cama, el cual, como broche final a su travesura, rebotaría blandamente y se quedaría por fin abierto en la última página que su dueña escribió.
Abrazada a sus propias rodillas y con los ojos húmedos quemándole, la adolescente miraría largo rato desde el ángulo opuesto de la cama al maldito diario que tan difícil se lo pone. De un brinco perfectamente ejecutado, gracias a su juventud y a las clases de ballet, se tumbaría boca abajo con los pies en alto y al mismo tiempo agarraría con firmeza al travieso diario con las dos manos. Estiraría maquinalmente su brazo hasta alcanzar su boli preferido de la mesa de estudio y suavemente, con algo de reparo, comenzaría a escribir en la hoja en blanco la fecha. Tras una pausa expectante ante las posibles reacciones del diario comenzaría a redactar con su mejor caligrafía
«Querido diario:
Lamento mucho haberte tenido tan abandonado últimamente. Te juro que no volverá a pasar…»
La adolescente sonreiría cómoda y confiada. El diario se dejaría llevar por el roce del boli, suave y cariñoso, como siempre. Escuchando a través de sus hojas, asentando y guardando secretos como sólo los diarios saben hacer y que tuenti, facebook y fotolog envidiarían impotentes desde la pantalla del portátil que reina sobre la mesa de la habitación.
Banda Sonora recomendada:
«En el 2000» x Natalia Lafourcade – «Natalia Lafourcade» (2002).
http://www.seriezeta.com/k/recursos/musique/natalia_lafourcade.en_el_2000.mp3
áAy! Zarza, zarza. ¿Tan rica es tu savia que la defiendes con espinas…
… hija de puta?
Banda Sonora recomendada:
«Naturaleza» x Siniestro Total – Siniestro Total II – El Regreso (1983)
En Spotify: Siniestro Total – Naturaleza
Otros PequeRelatos: PequeRelato agostero – Control del espacio-tiempo – PequeRelato Nevado – PequeRelato lluvioso – «Entras» PequeRelato I
«áHala! áHasta el día uno!. Por Dios, que se haga largo, que se haga largo»*
* Señora montando en un coche en el que espera su marido la tarde de un viernes que, casualmente, es 14 de agosto.
Banda Sonora recomendada:
«Hasta el lunes» x Los Enemigos – La cuenta atrás (1991)
En Spotify: Los Enemigos – Hasta el lunes
Otros PequeRelatos: PequeRelato Nevado – PequeRelato lluvioso – «Entras» PequeRelato I
Me la ha vuelto a liar. Ayer mismo según salía del baño me puso una silla-trampa con cuchillas con la que casi me cerceno las piernas. Cada vez sus escaramuzas son más frecuentes y estoy notando que ya me está afectando a los nervios. Duermo mal y respondo peor cuando me hablan. Estar casi 24 horas al día alerta en tu propia casa te vuelve un poco irascible.
De todas formas, cada vez que sufro un ataque siempre me queda el recurso de la trinchera del salón para guarecerme. Me dolió tener que levantar el parquet y sudé la gota gorda para colocar los sacos terreros, pero desde ese día ni el enemigo ha avanzado ni yo he retrocedido. El alambre de espino le da tanto miedo como a mí.
No le perdonaré nunca lo del gato. Nunca. Sobre todo porque fui yo mismo el que le dio el cachito del filete. No sé como carajo consiguió evitar la bandeja electrificada del frigorífico. Desde entonces, ya no tengo un método fiable para saber si ha manipulado mi comida. Vivo a base de comida enlatada y cacahuetes sin sal, que son lo más aproximado a la fruta fresca que ingiero últimamente.
Hace tiempo que no lanza un ataque aéreo. No consigue ni rozarme. Un día, un morterazo poco atinado – Dios da pan a quien no tiene dientes – destrozó parte de la pared de la habitación de los invitados y su siguiente intento explotó en el salón de los vecinos de arriba provocando dos muertos y la insidiosa visita del perito del seguro que sólo ponía cara de asco cada vez que le caía algo del polvillo de los cascotes de lo que antes eran las paredes del piso.
Yo sigo con mi táctica de guerrilla-toca-cojones. Le pongo cubos llenos de amoniaco o de cualquier otro producto de limpieza abrasivo en los quicios de las puertas. A veces, sin una regularidad fija, coloco cuerdas de piano cruzadas en el pasillo a la altura de la cabeza y le tiro un par de botes de gases lacrimógenos para que eche a correr. Tiene ya unas ‘líneas de expresión faciales‘ que no le quita ni la mejor crema. Hace poco, he conseguido un revólver – siempre me ha gustado lo de girar el tambor a lo ruleta rusa – y desde detrás del sofá le disparo a las rodillas cuando está desprevenido. áCómo se retuerce el jodido cuando acierto! Él ya se me llevó dos dedos de cada mano con la granada que me explotó en la cara cuando intentaba deshacerme de ella tirándola al patio interior.
No sé ni cuándo ni cómo acabará esto. Sólo sé que tengo al enemigo en casa y que lleva demasiado tiempo. Me tomé demasiado literalmente lo de «ten cerca a tus amigos, pero ten aún más cerca tus enemigos» que me dijo el Padrino (II).
Banda Sonora recomendada:
Pero hombre, ávaya facha!. Recompónganse. No da usted la sensación de ser de los de no-sabe-usted-con-quién-está-hablando. Día duro en el trabajo ¿eh?… Vaya. Así que de nuevo le han pinchado las cuatro ruedas del Audi. Vaya racha más mala…
Tiene usted razón. Nadie se da cuenta. Un cargo de responsabilidad como el suyo exige sacrificios. Sacrificios oficiados por el sumo sacerdote de recursos humanos ¿cierto? Dese la vuelta, por favor.
¿Cómo era? Director de gerencia coordinativa de excelencia relacional con magnificencia suma, sí. Un cargo sin lugar a dudas piedra angulosa, perdón, angular del mundo empresarial. Supongo que tuvo una gran preparación para llegar a tan alto escalafón. Sí, como la del forense para evitar las arcadas en las autopsias.
No se preocupe. El látigo y los dildos se limpian fácil. Lo único, si quiere, le maquillo el morado del ojo y le doy otro bote de pomada antihemorroidal.
A usted. Ya sabe que con usted como sumiso soy muy creativa como ama. Aquí tiene su Visa.
Banda Sonora recomendada:
Rómpeme, mátame x Siniestro Total – «Cultura Popular» (1996).
Menea la cabeza como perro de plástico en bandeja trasera de 127 mientras murmura. Está sentado en la taza de uno de los wáteres de directivos de su empresa. SU empresa. Cómo ha podido estar tan ciego, se dice. áCoño!, que lo tenía que haber visto venir…
Lo más grave no es que la empresa vaya mal. Lo peor es que esta última semana ha descubierto que está rodeado de incompetentes. Ya no les soporta. No soporta sus caras bovinas intentando ocultar el miedo que tienen a perder sus Audis. Malditos sean. Sólo son expertos pelotas y especialistas en nada. Sólo saben decir sí a todo y no hacer nada. Como niños jugando a ser jefes. áUna solución quiero…!
áLo tengo! Llamaré al antiguo consejo de administración consejo consultivo o alguna memez similar y reconstruiré el consejo de administración con gente competente que nunca diga no ante la adversidad*. Saldremos del agujero. Seguro.
Buf, igual abro la ventana.
*Ley de conservación de la directiva: los directivos ni se crean ni se destruyen, simplemente, se transforman.
Banda Sonora recomendada:
«Jefe» x La Marabunta – La vida en rebajas (1997)
[continuación de Un cigarrillo en el parque (Parte I)]
Se recomienda leer la primera parte antes de comenzar con este texto
El de 31 se sienta al lado del asombrado chaval de 16 y dirige su mirada ausente, como recopilando información, hacia el horizonte.
No puede dejar de mirarle. Literalmente; ¡es mirarse a sí mismo con 15 años más! ¿De verdad tiene, bueno, tendrá ese aspecto?. Si se tocan, quizá surja una especie de paradoja espacio-temporal que los destruya a los dos…
De pronto, su yo de 31 años gira la cabeza y le mira directamente a los ojos. Baja entonces la mirada y tira el cigarrillo para disimular su incomodidad.
– Es raro esto ¿eh?. – apunta el yo visitante – Pensaba que te vería peor. Quiero decir, como más chaval, como más inmaduro, y la verdad que no estás nada mal, aunque se me hace raro lo de verte sin perilla. Los 16 años me sentaban muy bien, aunque no lo supiese ver. Manda cojones…
El más joven de los dos se siente más cómodo y confiado. El piropo casi le hace sonrojar. Responde.
– Gracias… supongo. – contesta mirando a la colilla que humea agónicamente en el suelo – Tú tampoco estás tan mal. La perilla te queda de puta madre. Yo te hacía con menos pelo…
El de 31 esboza una medio sonrisa y dirige, algo turbado, la mirada a su yo de 16 años.
– Sí, para ser un viejuno – parece que esta palabra hace gracia al de 16 y sonríe – intento cuidarme. Oye, me acuerdo de que te llama la atención eso de que a estas horas sólo haya viejos paseando por aquí ¿no? Como que eres un infiltrado entre las hordas de la tercera edad, je, je, je.
– Sí, je, je, je. Es que no hay ni una sola tía joven, bueno, ni tío tampoco… Es un poco raro.
– Pero, lo raro no está mal.
– Pues no, pero no sabes qué esperar de lo raro.
– ¿No es esa la gracia?
Ambos yoes descruzan sus miradas y dejan que el silencio pueble un poco la situación. La corneja vuelve a graznar. El mayor retoma la conversación.
– Sabes bien que soy un poco condescendiente con mis tiempos pasados. Siempre he visto a mis yoes del pasado como pringaos. – el chaval se gira y le mira cara a cara interrogante – Sí, me explico. Es lo de ver las cosas con perspectiva. Muchos problemas en realidad vistos de lejos son chorradas.
– ¿Me estás diciendo que todas mis comeduras de tarro, que ahora mismo supongo que conoces de sobra, son chorradas? – contesta molesto el yo menor.
– No, hombre, tranquilo. Lo que pasa es que así te demuestras que el tiempo no ha pasado en balde y que ahora eres más fuerte y sabes hacer mejor las cosas. Pero, de todas formas, a ti, en este momento te veo más inocente que pringao. Ya te digo que estás de puta madre. Años después he sido muchísimo más cobarde y amargao que lo que eres ahora.
– ¿Eso es un consejo?
– Pues no, no quiero aconsejarte. Sería absurdo. El continuo espacio-tiempo es inalterable, por mucho que nos joda. Yo soy tú y engañarse a uno mismo es de bobos y nosotros no lo somos. Sería como copiar en un examen.
– Eso que dices del espacio-tiempo – dice el de 16 con media sonrisa en la boca – es como todas esas cosas que tengo por ahí en la cabeza que me parecen geniales, pero que no salen y luego se me olvidan…
– Tampoco te esperes grandes avances en este aspecto. Ya te digo nunca vas a poder sacar de tu cabeza y hacer realidad todas esas conversaciones pendientes que tienes con tanta gente.
– Joder, qué cosas dices, macho. – suelta airado el de 16.
– No te digo nada que no sepas ya. – dice el de 31 clavando una mirada acusadora en el de 16 y que éste responde bajando la mirada – Piensa que a mí me jode más que a ti, que ya he pasado los 30 y aún sigo con esas.
El chaval se apoya con las manos en la mesa sobre la que está sentado y tensa sus brazos. El mayor baja la vista como si fuese a reflexionar sobre lo que acaba de decir.
– ¿Para qué has venido? – suelta precipitadamente y con voz trémula el joven – No estaré muerto ¿verdad?… Bueno, si tienes, tengo 31 años, es que por lo menos hasta los 31 llegaré…
– El que está muerto es Bruce Willis.
– ¿Qué? ¿Bruce Willis? ¿Qué coño…?
– Déjalo, – dice moviendo su mano derecha con desdén – es una chorrada.
El joven relaja su posición y se gira hacia el mayor.
– Y ¿cómo es el futuro?
El mayor mira con cierta dureza al joven y responde.
– Pues, básicamente, es mi presente. – el de 16 pone cara rara, aunque el de 31 continúa hablando – Pero, respondiendo a lo que de verdad quieres preguntar; en el futuro estás tú. Lo de la mujer, los hijos, el perro, la casa y el coche no existe. – hace una pequeña pausa – ¿Qué te parece?
– No sé. Raro ¿no? – replica mirando por encima de sus gafas a su yo del futuro.
– ¿No es esa la gracia? – dice el de 31 sonriendo victorioso.
Parece que el silencio resulta cómodo. Ambos miran a ningún lado pensando miles de cosas a la vez. El de 31 se frota las manos, gira la cabeza hacia su compañero, le mira brevemente y de un respingo se pone de pie frente a la mesa.
– Bueno, – dice abriendo sus manos en signo de resignación – creo que me tengo que ir. ¡Ven aquí y dame un abrazo, ariscoloscojones!
El de 16 mira atónito a su yo de 31 años.
– ¡Venga! – insiste el de 31 – Que no vamos a explotar ni nada parecido.
Desconfiando, aunque sea de él mismo, el joven se acerca y antes de que se dé cuenta ya está atrapado en un abrazo fraternal, cálido y fuerte. No dicen nada. Sólo se balancean y se frotan la espalda. Cuando se separan se dan cuenta de que se han emocionado. Sorben sus respectivos mocos y se pasan la mano por debajo de las gafas.
– Bueno, tío. Me piro. – acordándose de algo, mete su mano por dentro de su cazadora y saca un cigarrillo – Toma, fúmatelo a mi salud. ¡Un Lucky del futuro!
– Así que no lo he dejado. – responde el de 16 girando entre sus dedos el cigarrillo que acaba de recibir.
– Ni te lo has planteado. – levanta la mano y saluda – Nos vemos.
– Hasta luego.
El yo del futuro comienza a bajar el camino. De repente, el de 16 se acuerda de algo y grita.
– Oye, ¿me acordaré de esto?
El de 31 se gira y reflexiona un poco.
– Pues no lo sé. Yo es que es la primera vez que hago esto.
Banda Sonora recomendada:
«Real» x Los Enemigos – Gas (1996)
Hacía un buen día. Frío, pero era un buen día de esos de febrero con el cielo azul y sol esplendoroso. Como venía haciendo desde hacía una temporada, sobre las cuatro-cuatro y media de la tarde este chaval de 16 años salía a darse un paseo. «A cuidar la línea». Lo de hacer deporte extenuante nunca había ido con él. Así que mejor ensaladita pa cenar todos los días y paseo por las tardes. Además, le venía bien salir de casa y darle vueltas a la cabeza. Tenía muchas cosas que pensar aunque tuviese sólo 16 años.
Antes de encaminarse definitivamente al parque habitual de sus paseos, entra en una minúscula tienda de chucherías con miles de bolsas de chuches, golosinas y juguetes baratos que llenan el escaso espacio del local desde el suelo hasta el techo. Con timidez y algo de culpabilidad, pide un Lucky suelto y un Happydent de menta. Entrega una moneda de 5 duros al señor de pelo completamente blanco que toda la vida ha llevado la tienda y no le devuelve cambio. 20 pesetas por el cigarrillo y 5 pesetas por el Happydent. A consumir uno después de otro. Siempre ha sido así y siempre lo será.
Camina a buen ritmo, con el estómago recordándole que hace nada que ha comido. Enseguida llega a la playa. Playa fluvial. No se puede esperar otra cosa de la meseta castellana. Gira a la derecha para adentrarse en una zona en pendiente más arbolada y menos transitada. Pasa en su subida una fuente de piedra de caño casi inexistente y chorro ridículo que hiede a hojas podridas y a limo acumulado durante años. Justo por encima de ella hay una vieja mesa-merendero metálica repintada mil veces y que ahora es azul celeste. Resopla al sentarse sobre la mesa y apoyar sus pies sobre uno de los bancos.
Llega entonces ese momento dulce de encender el Lucky en soledad. Lo prohibido. Lo secreto. La intimidad. Primera calada honda. Echar el humo por la nariz y la boca al mismo tiempo. Entornar los ojos por el sol que se filtra entre las ramas de los árboles sin hojas y por el humo que te rodea la cara. Ese mareo de los 16 con el tabaco.
Mirando a nada, se da cuenta de que por el camino en pendiente que acaba de recorrer sube una figura. Entorna sus ojos de nuevo, pero en esta ocasión es para que sus ojos de miope ayudados por sus gafas le descarten una idea descabellada que le acaba de pasar por la cabeza. Exhala lentamente el humo de la última calada sin desviar su mirada del tipo que se va acercando y se queda con la boca abierta, exhalando nada.
El tipo también le mira y de vez en cuando vigila sus propios pasos en la subida, como si tuviese que asegurarse constantemente de que el terreno que pisa no se va a derrumbar. Sonríe según avanza. El chaval de 16 años sabe, está seguro de que la sonrisa es nerviosa. Del tipo «situación incómoda«.
No se oye otra cosa que el rumor lejano de la ciudad y un graznido de corneja tras el resoplido que el extraño ha soltado al detenerse frente al chaval. Se encorva y apoya las manos sobre sus rodillas, como si estuviese fatigado. Desde detrás de sus gafas mira con la misma sonrisa que le ha acompañado en la subida y habla al estupefacto chaval.
– Hola. – suelta con algo de temblor en la voz – Bueno… Ya sabes quien soy ¿no?.
El chaval asiente, hierático, con los ojos fuera de sus órbitas y con la boca cada vez más abierta al borde del desencaje de mandíbula. El recién llegado retoma la palabra.
– Yo, soy tú con 31 años.
[Continúa en » Un cigarrillo en el parque (Parte II)]