PequeRelato nevado

Gentes preocupadas, agobiadas. Desde que los europeos «semos europeos» nos da por ahorrar. Esa hora que nos falta o esa hora que nos sobra – allá cada cual – cuando se acerca el invierno nos vuelve hoscos/as y cenicientos/as sin príncipe azul ni zapato de tacón acristalado.

Nieve Sentada

Así que un día de estos en los que el Arquitecto – el mismísimo Arquitecto – estaba ahí, a lo suyo, se le ocurrió una genial idea para que el pesado camino hasta el solsticio de invierno se hiciese más llevadero: la nieve.

Sí, hace frío de cojones – pensó el Arquitecto – pero, lo bien que hace de luminaria en estos días de poca luz y malas caras bien lo merece.

Banda Sonora recomendada:

  • Aleluya Europa x Transportes Hernández y Sanjurjo «Privilegios de tener una ocupación inútil» (2005).
    http://www.seriezeta.com/k/recursos/musique/THS.Aleluya_Europa.mp3

Otros PequeRelatos: PequeRelato lluvioso«Entras» PequeRelato I

Bodysnatchers domésticos

Le pasó el otro día. Lo estaba observando desde la cocina sin querer. Sólo había ido a por un poco de leche al frigorífico para hacerse un descafeinado después de haber fregado la cena. Miró hacia el salón y de repente se preguntó «¿Quién es ése?». No podía dejar de mirarlo. Parecía tan viejo. Bueno, tan viejo no; tan diferente. Intentaba recordar su voz, pero se le hacía extraña. Como si no correspondiese a ese cuerpo que veía entre penumbras desde la cocina. Si justo en ese momento hubiese hablado pidiendo que le acercase una cerveza o unas galletas con su voz, con la voz que realmente debería pertenecer a ese cuerpo, se habría derrumbado en el suelo de la cocina. Le temblaban las piernas. Se dio cuenta de que no podía mover los brazos. Se imaginó desde fuera. La puerta del frigorífico abierta, una mueca extraña en la cara, una mirada congelada en los ojos, un brick de semidesnatada en la derecha y una taza granate con dos ojos y una sonrisa en la zurda. Impertérrita, estática, sin ir ni venir. El motor del refrigerador se acabada de poner en marcha para recuperar la temperatura.

Casi le dolió doblar sus articulaciones, girar el cuello y ayudarse de la mirada para servirse ese poquito de leche. Tuvo que esforzarse en no volver a mirar hacia el salón. El sonido de palabras initeligibles de la televisión, atenuado por las paredes del piso, era un canto de sirena. Era la presencia de ese extraño que acababa de descubrir a pocos metros de ella. Tuvo que volver a mirarlo mientras cerraba la puerta del frigorífico. Ya no sentía pánico. Imaginó que suspiraba, pero no lo hizo. Su cuerpo aún no se había dado cuenta de que el pánico había pasado y ya sólo quedaba vibrante desasosiego.

Otro cigarrillo. Desde el salón llegó el olor del tabaco que se intensificó y volvió más desagradable por la humedad de la cocina recién fregada. Luego volvería a pasar la fregona. Total, sólo había pisado con las zapatillas de felpa. Estaba de espaldas a la puerta de la cocina mientras miraba sin ver como la sonriente taza con ese poquito de leche giraba en el microondas. Su atención estaba a su espalda. Hipersensible a cualquier cambio de temperatura en el ambiente o a cualquier microcorriente de aire. Se sentía tan expuesta como un mafioso sentado de espaldas a la puerta principal de un restaurante. ¿Cuándo oíria a la Tommy? ¿En la primera ráfaga o no oiría nada en absoluto?. Lo que no oía era la campanilla del microondas. La luz seguía encendida y la taza girando y girando como una cosa tonta. Por imitacion incosciente, giró su cuello a izquierda y derecha notando algún ‘clack‘ en las cervicales. Con disimulo, como si de una espía se tratase, oteó de soslayo la puerta de la cocina. Seguía sonando la tele. La tele es el silencio del siglo XX. Una casa tranquila es una casa con la tele encendida. Una casa triste es una casa sin tele. áTING! áDios, qué susto! Se tapó la boca. Creía haber emitido un gritito.

Mujer en proceso de

Según caminaba por el pasillo que comunicaba el salón y la cocina, se confirmaba su primera y desasogante impresión. «¿Será la luz? ¿Quién es él?» Parecía imposible. Según se apoyó en el marco de la puerta del salón se imaginó a sí misma como en una película. Ahí, en medio del contraluz que la oscuridad del salón y la luminosidad de los halógenos del pasillo creaban. En bata, con la cadera ladeada, sólo un pie apoyado y los brazos cruzados mientras sostenía la taza de descafeinado caliente. Una postura condescendiente con él. Pose de mujer fatal del cine negro. Pose, nada más que pose. La ansiedad le iba comiendo por dentro cada vez que pensaba «y ahora ¿qué?». Sentarse a su lado en el sofá. ¿Quién era?. Compartir cama, despertarse, ¿tocarse? ¿por qué? ¿cuánto tiempo llevaba así, sin darse cuenta?

Sintió un escalofrío cuando se sentó a su lado en el sofá y un flasazo de pánico volvió cuando él le dedicó una distraída y afectuosa sonrisa antes de volver a centrar su atención en la tele. No recuerda que ponían, pero recuerda que esa noche fue la de los ojos como platos y el cuerpo entumecido al lado de él. También recuerda haber tenido antojo de vainas durante la cena y que sus acciones desde aquel día se volvieron casi automáticas, robóticas y faltas de voluntad.

Proyección recomendada: The Invasion of the Body Snatchers – 1956

Confesiones crepusculares

Mírate. En el dedo índice derecho, antihemorroidal y en izquierdo, pomada antihongos, porque en la piscina o vaya-usted-a-saber-dónde se pilla cualquier cosa.

Te miras ambos índices después de lavarlos – porque no se deben mezclas ambas pomadas – y los rozas con sus respectivos pulgares. Además, hoy no te has tomado las pastillas y notas que la urticaria idiopática que va y viene vibra bajo tu piel. Si no rascas, no habrá habones… Si no rascas, no habrá habones…

Te giras y acaricias tus curvas, bueno, tu curva característica de hombre. Con el dedo índice del antihemorroidal escarbas en el profundo agujero de tu ombligo y sacas una pelusilla que tiras al water. Como el dedo huele tras su visita al centro de la barriga, te vuelves a lavar las manos con agua muy caliente. Te acuerdas de un documental sobre gente con manías, fobias y comportamientos compulsivos.

Tras lavarte los dientes, cierras el tubo del dentrífico – tubo que preocupantemente tiene el mismo color que la crema antihemorroidal – con esos dedos índices que no puedes dejar de mirar. Exhalas tu ahora fresco aliento al espejo y mantienes la boca abierta. Entre empastes, fundas, agujeros negros en las muelas y las que echas de menos crees que conseguirás pagar la educación universitaria a los cinco hijos del dentista gracias a la dentadura completa que te tendrán que poner antes de los 50.

Cara en herrumbre

Desde detrás de tus gafas ves que tu ojo izquierdo está irritado por culpa de las gramíneas a las que te has enfrentado esta tarde sólo por salir a la calle.

Observas que los pelos de las orejas te han vuelto a crecer más negros aún, si cabe. Te fijas en el entrecejo y ves que se ha repoblado a pesar de tus esfuerzos a coup de pinza. Y hablando de pelos, mañana habrá que afeitarse y ya estás viendo una cana nueva en la barba. Aunque en peores sitios pueden salir… Abres el armario para comprobar que sólo te queda una cuchilla nueva y que hay poca crema hidratante. Esa crema hidratante que dices a los demás que usas en lugar del after-shave, pero que relamente utilizas en cara y cuerpo como vulgar metrosexual, te afeites o no.

Cortas un trozo de papel higiénico y te suenas los mocos. Vuelves a cortar otro trozo de papel higiénico y vuelves a sonarte los mocos. Carraspeas y toses tres veces. Antes los catarros te duraban dos días. Ahora, dos semanas.

Cierras la puerta del baño y con paso quedo te acercas a tu dormitorio. Según abres la puerta estornudas violentamente tres veces seguidas. La ráfaga de aire frío que entra por la ventana que te dejaste este mediodía abierta ha podido con tus senos nasales. Con el pañuelo de papel menos acartonado que encuentras entre los miles que tienes en los bolsillos del albornoz que llevas puesto consigues detener el hilillo líquido de moco que tu nariz ha comenzado a segregar tras los estornudos.

Ya una vez tumbado en la cama, colirio para los ojos y un chute de spray nasal para cada fosa, por eso del ataque de las gramíneas invisibles. Miras la hora. Poco más de las 12. Preparas el desperador y te das cuenta de que estás cansado, pero no lo suficiente como para caer dormido en 2 minutos. Miras tus libros y revistas. Decides que mañana irás a la biblioteca de una vez para tener algo nuevo que leer mientras esperas al sueño.

Apagas la luz y miras al techo sin ver. Te preocupa sobremanera que no recuerdes qué has comido hoy. Cuando por fin te viene el recuerdo, te giras y cierras los ojos. Con una medio-sonrisa que no se ve, pero que tú sientes te dices: «Mañana, más y peor»

La Chica que se Tapaba Intermitentemente las Orejas

¿Recuerdan al Hombre Sentado a la Puerta? Sí, hagan memoria. Ni sobre, ni delante, ni en ella. A la puerta, sentado a la puerta. Pues bien, no hace mucho le dio por escribir porque se acordó de un viaje que hizo en tren. Lean:

Otra vez me persigue. Otra vez inquieto después de tantos días de tranquilidad. ¿Qué eso de entrar en el tren y volver a olerte? Mmmmh… Sí. Hueles. Otra cara y otro cuerpo, pero hueles. Estaba tan tranquilito y vuelves a cada ráfaga de perfume que me llega. Si cierro los ojos y giro la cabeza puedo notar el calor y la presencia humana del asiento de al lado, pero no eres tú. Menos mal. La industria perfumera es malvada.

La Chica que se Tapaba Intermitentemente las Orejas  No es un gran artista pagado de sí mismo, así que una vez satisfecha su inquietud dejó que el papel sobre el que había escrito esta reflexión volase. Al poco tiempo, ese perfume del que hablaban esa pocas líneas reapareció. Tenía la certeza de que esta vez no iba a ser un espejismo. Lo sabía. Las casualidades a veces surgen de nuestras invocaciones y rituales privados. Por la esquina apareció un personaje que hacía mucho tiempo no se acercaba al Hombre Sentado a la Puerta: La Chica que se Tapaba Intermitentemente las Orejas. Llevaba pegado a la suela de uno de sus brillantes zapatos nuevos el papel que no hacía mucho El Hombre había dejado volar libre.

Tras la sorpresa mutua inicial, La Chica que se Tapaba Intermitentemente las Orejas se detuvo frente al Hombre y comenzó con su verborrea habitual. Tampoco había perdido la extraña costumbre que le daba el nombre: rellenar los momentos en los que ella no hablaba con un interminable tapar y destapar de sus orejas. Así, sólo oía lo que quería y escuchaba lo que menos esfuerzo le requería. Nunca lo admitió, pero el silencio le parecía horriblemente vacío. Le daba mucho miedo.

El Hombre no podía evitar pensar, mientras aguantaba la cháchara, en cómo ella se fue sin decir nada y que parecía seguir sin querer darle explicaciones. La vio algo cambiada por fuera y quizá hasta un poco peor por dentro. La desaparición, según ella, sólo fue un paréntesis, una nimia interrupción, que no tuvo ninguna consecuencia en el continuo espacio-tiempo. El Hombre miró el papel que asomaba por debajo de uno de los brillantes zapatos nuevos de La Chica que se Tapaba Intermitentemente las Orejas. Sí, – afirmó en voz alta– el tiempo pasa, nada permanece ni importa y mucho menos importan las palabras hechas al viento. Volvió a bajar la mirada hacia el papel pisado y reprimió el impulso de decirle a La Chica que mirase lo que tenía pegado a la suela.

Sonrisa partida

Se despidieron como si nada, sin calor ni frío. La Chica que se Tapaba Intermitentemente las Orejas siguió calle abajo. Justo antes de doblar la esquina y desaparecer de la vista del Hombre, el papel se despegó de sus brillanes zapatos nuevos y volvió a volar libre, como las palabras que contenía. El Hombre estuvo un rato mirando el loco vaivén del papel.

Después, giró la cabeza.

A ver quien aparecía por el otro extremo de la calle.

Banda Sonora recomendada:

  • Nada x Sol Lagarto «Prorrogado» (2007).
    http://www.seriezeta.com/k/recursos/musique/sol_lagarto.nada.mp3

Una de romanos

Doméstica aplicada

Llegaba Julio César, el mismísimo Julio César, a su villa de las afueras de Roma tras varios años de campaña en las Galias sudoroso, sucio y cansado. Calpurnia Pisonis, su mujer de aquel entonces, no respondió a su «Ave!» y sólo le miró con frialdad y reproche.

Sosteniendo dignamente la mirada a Calpurnia, como sólo el mismísimo César podía hacer, contestó de viva voz a la mirada envenenada de su mujer.
– Cariño, ya sabes que sin sacrificio no hay victoria y sin victoria no hay laureles.
Su mujer, con gesto de sopresa, le replicó.
– Y tú… ¿para qué coño quieres laureles si no has cocinado en tu puta vida?

Banda Sonora recomendada:
Romanos x Los Feliz «Aleluya» (1998).

No sé que te iba a decir…

Los que viven en la memoria

La puta la memoria que nos falta cuando más la necesitamos. Siempre la echamos en falta cuando le decimos que venga y no nos hace caso.

La muy silibina nos cuenta cosas que creemos ciertas, cuando sólo son mentiras para tenernos contenos.

Tan juguetona y cruel al mismo tiempo que nos hace recordar miles de datos inútiles y luego nos mantiene en vilo intentando recordar qué hemos comido hoy.

La muy desalmada nos deja más desamparados cuanto menos jóvenes somos. Siempre ha preferido los tiempos de gloriosa juventud que los de la modesta senectud.

Nos droga con melancolía hablándonos de tiempos pasados y de personas que no hemos vuelto a ver. Sólo lo hace por reirse de nuestra débil humanidad.

La puta la memoria a veces nos hace viajar en el tiempo y el espacio como geniales astronautas y nos devuelve al presente de manera abrupta mientras nos dice al oído: «eres un iluso».

Banda Sonora recomendada:
«Pensando no se llega a na» x Josele Santiago – Garabatos (2006)

Azul y naranja o una historia del oeste

Azul y Naranja

Blind man, blind man x Herbie Hancock «My point of view» (1963).

Azul y naranja son los colores del horizonte del camino. Siempre en una eterna puesta de sol. Caminando de este a oeste. Evitando a cada paso que el sol se vea del todo. Con un cielo azul en estado puro; sin sol ni luna, sólo azul. Sin más luz que la propia luz del azul, la del momento anterior a que llegue la oscuridad.

Azul y naranja unidos a la altura de los ojos. El naranja es del lienzo terroso que será notario de nuestras huellas aún por hacer. Andar sin prisa y sin pausa. Es echar una carrera al sol. No dejar que la intensidad de ese azul luminoso decaiga. Sin ir tan rápido como para que sol nos soprenda por el horizonte y nos ciegue ni tan despacio como para que la oscuridad que vemos al mirar atrás nos rodee.

Es mejor no mirar hacia atrás mientras se anda porque no se ven los pasos que se dan. Al mirar atrás, sólo se ven huellas. El camino andando con pisadas decididas y con pasos erráticos imposibles de desandar. Para mirar la ruta andada siempre es mejor buscar un momento para hacer posta. Sentarse y observar atentamente por dónde se ha venido. Con la mirada hacia el este, el azul es casi negro, el naranja es marrón y en medio de los dos está la fría y olvidadiza oscuridad. Es normal sonreir cuando se descubre que de entre esa negrura, que puede llegar a atraparnos si nuestra parada se prolonga demasiado, surgen los primeros brillos de las estrellas que nos atraen como sirenas.

Avanzar hacia el azul y naranja del oeste exige ciertas maneras y posturas. Con la vista centrada sólo en el intenso azul no se ven las piedras que surgen en el camino. Mirar sólo a la vasta extensión de tierra naranja inexplorada puede generar pánico al ver que no tiene pisadas de nadie ni caminos marcados por los que empezar a avanzar. Cuidado. Con la vista llena de suelo y el miedo por las venas el caminar se detiene y llega la oscuridad llena de consoladoras y frías estrellas.

Todo es cuestión de un buen porte al caminar. Tan simple como poner el cuello en una postura natural, sin forzarlo. Ser otra vez ese primate que se irguió sobre sus patas traseras, se fijó en el azul y naranja del horizonte del oeste y decidió que caminando nunca perdería de vista este precioso espectáculo. Quizá ese primate no sabía a dónde ir, pero sabía hacia dónde orientarse.

Aunque todo esto fue escrito antes de conocer el blog necesario Caminando en el Desierto, indudablemente este texto tiene mucho que ver con Fran y su manera de ver la vida.

«Entras» – PequeRelato I

Entras rompiendo baldosas con tus nuevos tacones. Así, desde arrriba, el gesto altivo te queda como más alto.
¿ con tacones? Ah, vale. Es que has ido a la pelu.
¿Te has fijado tú en que tengo gafas nuevas?
Seguro que sí. Vigilarnos mutuamente, es lo único que sabemos hacer desde hace tiempo el uno con el otro.

Maria Pita Pita Del...

Banda Sonora recomendada:

  • Regreso al sexo químicamente puro x Ilegales «El día que cumplimos 20 años» (2002).
    http://www.seriezeta.com/k/recursos/musique/ilegales_20an_sexo.quimicamente.puro.mp3

Dedicado a María Pita por decir lo de «Quien tenga honra, que me siga», a todos los que intentan conservar su dignidad, en particular la canción a Herenvardo y la foto a uno que seguro le suena de algo: duados76.

Guirífobo

En estas fechas tan señaladas; versos estivales Sr.K. Ni refrescan, ni abanican, ni tienen estructura métrica decente, pero es que es verano áqué carajo!

Si guiri marcha, guiri puesto.
Si guiri gasta, lo hacemos nuestro.
Sólo buscan un disneygüorl
de alcohol, pintxos y algo de sol.

áQué buena fiesta! áQué cachondeo!
áCómo lo pasan estos pendejos!
No saben que al trasnochar
hay que saber madrugar.

En corrales, como pienso,
es donde quieren estar.
No formar parte de ésto
que algunos llaman viajar.

La estulticia me rodea.
Bien de allende los mares
o de la cercana frontera.
Todos al cabo son
hijos de la misma perra.

Al fondo, siempre al fondo

No lo intenten en su casa. Háganlo en su lugar de vacaciones. Destrocen su habitación de hotel como rutilantes estrellas de rock.

Banda Sonora recomendada: