Son las tintorerías lugares extraños. Donde la gente lava lo que no puede lavar de puertas adentro. Donde tienen monstruosas máquinas que no dejan rastro de los rastros de sangre, semen, orina y tomate que los carteles del interior indican indicar a quien te atiende. «Sí… Por este lado debe estar… Fue después de correrme y antes de derramar la sopa de tomate sobre el edredón…»
He de confesarlo, ayer en una tintorería, me desearon algo extraño. En el momento de llevarme mi saneado nórdico (Hans creo que se llama), una de las empleadas me dijo «aquí pone que falta de pago«, a pesar de que yo ya había pagado los 8 eurazos y pico con antelación.
Con una mirada de suspicacia, la otra empleada, con aspecto de ser una veterana curtida en mil batallas con clientes, tomó las riendas de la situación. Hizo caer en la cuenta a su impetuosa compañera de que el borratajo a boli del resguardo indicaba que el pago estaba hecho.
Fue entonces, con una sonrisa y cuando yo estaba a punto de salir del establecimiento, cuando la empleada que había resuelto la situación lo dijo: «… que sea lo peor que te pase en el día …»
Joder, que me dejó con las piernas temblando. Lo dicho, las tintorerías son lugares extraños de extraños deseos.