No es tontería. Puede ser banal, pero no tonto. También es educación de esa que ni se consigue a distancia ni viendo la tele. Saludar al entrar y al salir de los sitios es norma de cortesía y costumbre humana.
Entre vecinos urbanitas, al entrar al ascensor tenemos varias opciones: áHola!… Buenasss… Buenos días-tardes-noches… ¿Qué hay?… áHey!… áMmpff!… A continuación, podemos cultivar el folcórico subgénero literario del diálogo de ascensor o meternos en nuestra interpretación de vecino hosco y meditabundo que da vueltas y vueltas a las llaves y que sólo mira al suelo en lugar de a los ojos de la gente, que siempre mienten.
¿Y cuando suena el ahí va la despedidaaa al mismo tiempo que se abren las puertas? Pues, si usted es joven igual no dice nada, como ha hecho al entrar, o tal vez sentencie un «Adiós» amplificado por la percepción alterada que le brindan los auriculares incrustados en sus oídos. La gallarda juventud vive al día y no se preocupa por el mañana. El joven y/o la jóvena raras veces dicen el standard «áHasta logo!» del resto de los vecinos de variopintas pintas y edades.
También hay otro grupo de personas a las que no les gusta sentenciar y dejan la puerta abierta al reencuentro. Desean que el refrán arrieros somos y en el camino nos encontraremos se materialice día a día. Su despedida siempre es «Hasta mañana». Fíjense. Coincide con los de avanzada edad. ¿Casualidad? ¿Cada día que pasa es un día ganado al reloj?
Aunque en cuestiones de educación y urbanidad, y entre saludar y despedirse, el saludo es más banal que la despedida. El saludo es un invevitable gesto de que te han pillao. Sí. Cuando dos personas cruzan la mirada se produce un duelo al sol para a ver quien desenfunda más rápido. Pero, es un duelo a la inversa. Suele sentirse ganador el que no responde al saludo del otro. Aunque si la persona que ha saludado le da el mismo valor al saludo que a meterse el dedo en la nariz, el ganador pierde. Hasta en la guerra hay normas y si cada cual sigue las suyas nadie gana, sólo se acaba en tablas.
Para ir acabando empecemos por la despedida. La despedida marca más que los encuentros. Cuando alguien se va, porque es habitual y natural que la gente vaya y venga, nos gusta que nos sentencie un Adiós, nos ilusione con un Hasta Luego o nos rutinice con un Hasta Mañana. ¿Por qué? A nadie le gusta hablar al aire, la verdad. Cuando uno se gira y de repente se da cuenta de que alguien que estaba a su lado ya no está, se siente más estúpido que cuando no le devuelven el saludo. Despedirse de alguien es reconocer a ese alguien que no sólo ha estado de paso en la vida del otro.
En fin, los humanos cultivan la complicación, la confusión y los mensajes erráticos. Siempre encuentran miles de fórmulas de no-despedidas: irse sin avisar y dar por supuesto que alguien se enterará, comunicarse exclusivamente por email, tener siempre algo que hacer cuando alguien les llama, coger enfermedades tropicales, pedir desplazamientos imposibles para poder reunirse, cambiar de número de móvil, no coger el teléfono, no responder los sms, estar 5 minutos e irse diciendo «Hasta Luego»…
El saludo es una convención social por la que todo el mundo se preocupa en vida. La despedida es un deber con nuestras relaciones personales de la que sólo nos acordamos cuando la muerte aparece.
Que me la muerte me salve de la hora de las alabanzas y que me lleguen en vida.
Banda Sonora recomendada:
No mires a los ojos de la gente x Golpes Bajos «Golpes Bajos» (1983).
Dedicado a ti, perro que eres un perro, aunque en realidad sois varios y diferentes.
Estos actos sociales es lo que tienen. Yo sí suelo mirar a los ojos de la gente. Por si mienten.
La foto, magnífica.
Estupenda foto.
Yo miro con timidez.
Entrada sin ningún desperdicio. En cuanto al ascensor, es curioso ya sabéis que hay quien aconseja subir por las escaleras para ponerse en forma. Pero, cuando te pones de verdad en forma, es cogiendo el ascensor: ves a lo lejos, por la calle, al vecino del quinto, así que entras en el portal cagando leches cerrando rápidamente la puerta, esprintas a fondo por todo el vestíbulo y, ya sin aliento, aprietas el botón salvador. Y te miras al espejo con la tonta sonrisa del deber cumplido. Hasta mañana, Sr. K. Que sueñes con los angelitos.
Como le dijo JesúsCristo al Judas en el chiste: «Seré yo… seré yo… pásame el pan traidor…»
Es como mucho mas absurda la conversación que no se cruza bajando las escaleras: eres joven, eres más rápido que tus vecinos, así que se cumple ese extraño rito de alcanzar a otro vecino en el hueco de la escalera… ¿le saludo por la espalda y le asusto? ¿le saludo cuando se de cuenta de que le soplo la nuca? ¿le saludo cuando sea tan amable de dejarme adelantarle en el rellano?
Que absurdo es: llevamos sabiendo de la presencia del otro tres pisos… pero no nos saludamos hasta que se crucen las miradas… Duelo al sol, si, pero duelo de cobardes, puesto que uno ataca por la espalda. (Esta vez no valen collejas.)