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El Lagarto de Fisterra
Hay un lagarto gallego en el cabo de Fisterra que sabe gallego, castellano, inglés, francés y un poco de alemán. Vive entre las rocas, justo en la pendiente que va desde el faro al mar. Ese lugar en el que los pregrinos queman sus botas, o lo que tengan más a mano, al terminar su Camino en este fin de la tierra. Precisamente, esto del quemar cosas molesta un poco al Lagarto de Fisterra porque el fuego le acojona mucho, aunque los días de invierno echa de menos a algún peregrino que otro para que le caldee un poco el ambiente. Y es que en el cabo cuando le pega, le pega hasta tumbarte.
Le viene muy bien que además de los peregrinos lleguen turistas que se traen la comida de casa en lugar de irse de restaurante. Él se hace a todo: empanada, filetes, yogures, fruta… La fruta le gusta mucho y las peras le chiflan. Son tan dulces y tan fresquitas… Mientras no le dejen plásticos – que le raspan el paladar al entrar y que le dejan andares raros al salir – como le decía su madre, «es un jabalí». Come lo que sea y con quien sea.
Además, hace buena compañía. Si le ofreces parte de tu comida, se pondrá a tu lado a comer, siempre que no le toques las narices o hagas movimientos extraños. Es muy asustadizo desde pequeño. Cuando acabe, se relamerá mientras te mira y te acompañará hasta que te tomes el postre, por si se te ofrece algo más.
Los días que hace sol se posa en su piedra favorita y se deja llevar por la inmensidad del mar en Fisterra. Suspira de vez en cuando sintiéndose un don nadie ante el gran océano que le llena la vista y luego piensa que vive en un lugar que no está nada mal. Que «está de puta madre», como dice un coleguilla suyo del cabo de Cee.
Al anochecer, se siente guapo y calentorro cuando el inmenso sol rojizo se mezcla con su piel verde fosforito. Vuelve entoces a suspirar porque sabe que cada día es de los últimos europeos en dar las buenas noches al sol.
El faro le alumbra por las noches, aunque tampoco le sirve de mucho tener luz de noche porque en cuanto se pone el sol y refresca le entra una modorra… Es más, si tuviese ganas y subiese todas las noches al faro, se podría dar un festín diario de estúpidas polillas e irritantes mosquitos. Algún día lo ha pensado, pero él está bien abajo, con los turistas, los peregrinos y tal. Quizá alguna nochevieja se dé el homenaje y suba.
Tiene sueño pesado, pero los días de niebla odia a las malditas trompetas de la sirena del faro. Todo el día dando guerra y a un volumen brutal. Si eres lagarto y en lugar de orejas tienes agujeros, el sonido de sirena de niebla se te clava hasta la punta del rabo. Y que no se rompen las jodidas. De 1888 y aún sirven. En esos días se acuerda mucho de su colega del cabo de Cee, que tiene faro, pero no tiene sirena.
Aunque tampoco lo pasa tan mal. Conoce gente, degusta gastronomía internacional, no le cuesta trabajo tener la casa arreglada y todo el mundo dice que vive en un lugar único y mágico. El Lagarto de Fisterra manda saludos siempre a todos los conocidos de los que van al cabo para que también ellos se acerquen a hacerle una visita. Así que dense por saludados. Palabra de Lagarto.