Una persona tan venerable como puede ser Eduard Punset hablaba hace unos días sobre la empatía entre los seres humanos. La empatía es en base la capacidad de ponerse en el lugar el otro y actuar teniendo en cuenta que lo que hagamos puede afectar tanto negativa como positivamente a la otra persona. Todos tenemos personas venerables a nuestro alrededor que respetamos y a veces hasta literalemente veneramos como un pupilo venera a su maestro. Las ideas y decisiones que esos venerables tengan nunca serán censuradas por nosotros, vulgares gusanos que caminamos a su lado. Como mucho, nos atreveremos a opinar sobre ellas, pero nunca las censuraremos. Juzgaremos, pero no condenaremos.
Estas respetables personas son capaces de escoger de entre el cornezuelo y el centeno y relacionarse con personas dignas de su honorabilidad. Es agradable comprobar que uno no es tan malo como se autoconvence cuando tiene entre su círculo de amistades a una de estas personas venerables. Pero, como siempre, hay peros. A veces, esta persona juciosa y respetable atrae a su círculo de gentes honorables a algún elemento extraño que no pega ni con cola. ¿Cómo puede arrimarse a alguien incoherente, egocéntrico y superficial? ¿Era mentira todo lo que creíamos del venerable hasta el momento? Realmente, ¿no será una persona respetable, sino un excelente actor?
Cómo decirle. Cómo hacerle ver que esa persona incoherente no puede encajar en su círculo relacional y mucho menos con él o ella misma. Siempre queda la duda de que habrá algo más, que debajo de la superficialidad habrá honorabilidad y respeto. Y precisamente por eso, por respeto a nuestra persona venerable intentamos tratar al elemento extraño como uno más. Buscamos la empatía con el punto discordante. Pero, si no hay mata, no hay patata y sólo nos queda ser simpáticos ante su ausencia de profundidad. Simpatía por empatía con nuestra persona venerable en definitiva. ¿Nos obliga entonces a ser falsos el respeto hacia nuestra persona venerable? Qué conflicto de conceptos, pardiez.
Y es que todo viene porque somos humanos. Porque tenemos pulsiones que nos hacen tomar decisiones incongruentes en momentos de poca lucidez. Que no somos perfectos y los hechos puntuales mientras no sean rutina no nos convierten en malas personas. Ser venerable no es ser perfecto. De todas formas, al final todo vuelve a su ser. Apesadumbrada, nuestra persona venerada siempre acaba admitiendo que estaba equivocado/a y quería ver algo más en la otra persona, cuando sólo había de menos. El sexo y el cariño, en presencia y/o ausencia, vencen a nuestros valores morales e intelectuales y nos echamos a perder. Pero eso, es otra historia.
Banda Sonora recomendada:
- «¿Por qué voy a tratarte bien?» x Los DelTonos – «Ríen mejor» (1996).